Historia insólita de la música clásica II by Alberto Zurrón

Historia insólita de la música clásica II by Alberto Zurrón

autor:Alberto Zurrón [Zurrón, Alberto]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Divulgación, Arte, Música
editor: ePubLibre
publicado: 2015-01-01T00:00:00+00:00


Prokófiev trabajó como un salvaje en los últimos meses de su vida, presintiendo el redoblar de unas campanas que no venían precisamente de la iglesia más cercana. Así lo recordaba su esposa Lina:

En los últimos meses todas las fuerzas de su alma estuvieron dirigidas a escribir lo más rápido posible lo planteado: trabajaba simultáneamente en siete obras. Unos días antes del final, debilitado por una pesada gripe, Sergéi me pidió que escribiera los nombres de esas obras en el detallado catálogo de las composiciones hecho por nosotros en 1952.

Se trataba de… podríamos llamarlo una melancólica fiebre renovadora. Renovarse para no morir perdiendo el tiempo en la reflexión. Prokófiev era un hombre de acción, y la acción no sabía de costes coyunturales. Así es como tras el infarto pasó sus últimos años abatido, pero creando. Cuenta su hijo Sviatoslav cómo durante sus internamientos hospitalarios los médicos le prohibieron tajantemente componer, pero el ritmo lo llevaba adherido a la cabeza como un nudo de electrodos cuya misión era verificar algo de vida en aquella central eléctrica de compleja estructura. El caso es que semejante prohibición le llevaba a memorizar frases musicales completas, «e incluso a veces llegaba a apuntar algo en trocitos de papel o en las cajas de medicamentos». El mismo día de su muerte su coreógrafo Leonid Lavrovski se pasó por su casa durante unos minutos: «Estaba trabajando en la partitura del dúo de Caterina y Danilo [de La flor de piedra]; se sentía bien, estaba absorbido por el trabajo y esperaba a Stuchevski para hacer algunas rectificaciones».

Quien también supo mucho de hospitales en sus últimos años fue Dmitri Shostakovich; de hecho, la última obra que logró terminar fue en el hospital, un mes antes de su muerte. Carta a su amigo y biógrafo K. Meyer: «Gracias por acordarte de mí, gracias por tu carta […]. Estoy en el hospital. Tengo problemas de corazón y con los pulmones. Mi mano derecha ya no escribe más que con un enorme esfuerzo. […] Aunque me ha resultado muy difícil he logrado acabar la Sonata para viola y piano». La confesión acerca de sus episódicas dificultades creadoras fue en Shostakovich una pose hasta el final. De hecho esta sonata la escribió con una rapidez impropia de las circunstancias, atacado por severas crisis de ahogos, con un pulmón inutilizado y el otro invadido por el cáncer; los dos primeros movimientos los escribió en diez días, y en dos más resolvía el último movimiento. De cualquier forma si de algo pecó Shostakovich fue quizá de no saber retirarse a tiempo, pecado que convive con el riesgo de que alguien coja el micrófono durante una conferencia y te plante una conjunción disyuntiva envenenada, como hizo Glenn Gould en la Universidad de Toronto en 1964: «Shostakovich está trabajando en la actualidad en la Sinfonía n.º 14 o algo así». Anton Rubinstein murió ciego de un ojo y en trance de perder la visión del otro, pero si había un dios al que se entregaba con fervor era



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